jueves, 25 de julio de 2013

Empacando Fantasías - Capítulo 25

"Dependiente"




Los párpados pesaban demasiado, como si algún tipo de pegamento mágico no dejase que los abriera. Aún así podía sentir la pesadez de todo su cuerpo y el dolor en cada rincón de éste. Sabía que era de día por la poca luz que traspasaba sus delgados párpados volviéndolos color cálido.

Entreabrió apenas los ojos notando un intenso dolor en la parte delantera de la cabeza. La boca la tenía totalmente seca y sentía que al más mínimo movimiento era hecho con algún tipo de fuerza sobrehumana.

No supo cómo en realidad, pero logró girar su cabeza y enderezar un poco el cuerpo hasta quedar semi-acostado viendo para todos lados e intentándose acordar de los sucesos vividos antes de caer en la inconciencia. Vio una mata de cabello negro salir de entre sus sábanas, tapando el rostro adormilado de un chico. Un chico que él sabía quién era.

Se asombró.

—¿Bill? —preguntó más para cerciorarse que por dudar que fuese él. Bill inmediatamente despertó tan sobresaltado que fue a dar al suelo en un seco movimiento.

Al parecer el menor se asustó más, pues vio inmediatamente cómo el mayor se levantaba a una velocidad asombrosa aproximándose a él. Desesperado.

—¡Tom! Estás… ¿cómo estás? ¿Sabes quién soy, lo sabes? —Bill comenzó a vociferar una y otra vez más para sí mismo que para el otro. Tocaba cuanta piel se le pusiese en frente para cerciorarse de que no tuviese fiebre alta, pero éste acto sonrojó al más pequeño sin poder evitarlo,  asustándolo de paso.

—¡Espera! —gritó el rubio lo más alto que pudo intentando parar las manos de Bill. Arrepintiéndose al instante de sentir un gran escozor en su garganta—. Mierda, mi garganta, me duele. Y sí, estoy bien y cuerdo, supongo. Sólo el cuerpo me mata, me siento terriblemente débil y la cabeza me estallará de un momento a otro.

—Okay, tómate esta pastilla —Tom dudó—. Es Paracetamol. Te ayudará a quitar cualquier tipo de dolor que tengas y quitar la fiebre, si es que aún te queda. Anda vamos, que te tienes que duchar y comer para reponer fuerza. Por un momento creí que te morías.

Tom pudo ver un tinte de pánico y tristeza en la mirada que Bill pronto apartó. Le obedeció y procedió a ingerir la píldora para después dirigirse al cuarto de baño para tomar una ducha mientras el mayor preparaba el desayuno.

Una vez que salió de éste, se sintió un poco más relajado. Cambió su atuendo por uno cómodo y bajó a desayunar. Sorpresivamente tenía hambre, y sentía que en ese momento se podría comer un ejército entero, aún si eso fuese canibalismo.

—¡Tommy, qué bueno que has bajado! —saludó Bill con efusividad. Un sartén en la mano izquierda y una pala en la mano derecha, con la que movía ávidamente los huevos—. Anda, siéntate. Sírvete leche que ahora te llevo las tostadas y el huevo.

Tom obedeció nuevamente. Tomó un vaso y lo llenó del lácteo así como un poco de chocolate que por ahí encontró y usó para darle otro sabor. Momentos después vio como el secuestrador dejaba un plato lleno de huevo y tostadas frente a él. Igualmente procedió a cortar rebanadas de melón, papaya, sandía y plátano; agregando un poco de fresa y uvas en ella, sirviéndola en dos platos.

—Anda, come. —Bill le tendió un plato de fruta a Tom—. Necesitas muchas energías. El huevo está fresco y aquí hay mermelada o chocolate para tus tostadas o la fruta… también creo tener yogurt —Arrugó el ceño, intentando recordar si en verdad tenía Yogurt.

El menor vio la comida, disfrutándola con la vista incluso antes de probarla. Tenía mucha hambre, y agradecía toda aquella atención de Bill, aunque aún le desconcertaba.

—Umm… Bill —El mencionado le miró—. ¿Por qué haces todo esto? Es decir… cocinaste todo esto sólo por mí, tienes unas grandes ojeras que incluso juraría que estás medio muerto y… me cuidas… ¿Por qué?

Alzó las cejas con duda. Terminó de masticar un pedazo de sandía y tragó antes de hablar. —No sé qué clase de persona creas que soy. Supongo que la primera impresión es la más importante y dado que la primera que tuviste de mí fue, me atrevería a decir, la peor que alguien puede dar… Pero quiero que sepas que yo no busco dañarte. Me… uhm, me preocupé bastante ayer cuando te vi en ése estado y yo sin poder hacer nada más que lo poco que sabía, discúlpame por eso… Has perdido muchos líquidos y fuerzas. Necesitas comer muy bien y seguir tomando, al menos hoy, el medicamento que te di anoche. Ya sabes, para evitar secuelas o que la fiebre vuelva.

Bill le dedicó una última sonrisa y continuó comiendo. Mientras que Tom no podía apartar la vista del contrario. Perdiéndose en el tiempo en observar a Bill y tratar de encontrar una respuesta a la incógnita que ni siquiera él sabía. No lo entendía, y dudaba llegar a hacerlo realmente.

—¡Bien, Tommy! Disfruta tu desayuno y termínalo, mientras yo le daré de comer a tu cachorro y subir por las pastillas para que te las tomes. —Recogió su plato y vaso, llevándolos al fregadero—. Come tranquilo, ahora vuelvo.

Se extrañó un poco. El rugido que emitió su estómago fue lo suficientemente fuerte como para sacarlo del trance en el que se encontraba ensimismado; al instante se percató que llevaba varios minutos perdido en sus pensamientos. Tanto así que el pelinegro ya había terminado de desayunar mientras que él apenas llevaba tostada y media.

Tom comenzó a pensar que quizá no había probado alimento alguno al menos desde hace dos meses, sin haber muerto en el intento, claro está. Y ahora estaba cobrándole factura. No recordaba el haber tenido tanta hambre en su vida, sin contar aquellas veces en que igual enfermó y tuvo que comer todo ese caldo de pollo que su mamá preparaba. Arrugó el ceño nada más de pensarlo, detestaba el caldo de pollo.

Bill tenía razón. Toda la comida era reciente y la fruta estaba fresca y muy dulce, sabía delicioso. Pronto se vio engullendo la última uva del plato. Acabando con todo lo que Bill le había servido y creía que aún le cabría un poco más.

—Hay un par de caramelos en la alacena, por si quieres.

A Tom le brillaron los ojos de puro placer. Corrió hasta dar con dicho lugar para sacar aquellos dulces que tanto le gustaban y terminar por saborearlo con su boca, mientras Bill le miraba divertido.

—Uh… ¿Tom? —Bill prosiguió, encontrando la mirada del menor posada en él—. Hoy hace un buen clima… está soleado y parece que se mantendrá así el resto del día. Así que estaba pensando mientras alimentaba al Orejón, que quizá podríamos salir a pasear fuera de aquí. Quiero que conozcas y te diviertas, además le haría muy bien tanto a ti como al chucho salir un poco, ¿qué dices?

Encogiéndose de hombros, terminó aceptando. —Está bien, supongo que será divertido.

—¡Yay!


~*~


—¿Ya casi llegamos? —preguntó Tom por décima vez en los últimos cinco minutos.

—¡Ugh, que no! ¿Acaso te importa esperar otros cinco minutos más? No pido mucho.

—Hasta Orejitas ya está cansado —Volteó a ver al pequeño cachorro que tenía la lengua de fuera y los ojos moribundos, no era para tanto—. Dijiste que sólo saldríamos a caminar, llevamos como… ¿Cuánto? ¡Media hora caminando! —se quejó infantilmente.

—Eres un exagerado, tú y el Orejón, sólo son diez minutos, a lo mucho quince.  Y mira, ya llegamos.

Después de pasar entre muchos árboles frondosos y grandes durante el trayecto, al fin se podía divisar el fin de éste para dar inicio a unas hermosas aguas azules, iniciando entre lo blanco de la arena. Tan solitario y tan hermoso, que Tom creyó desfallecer en ese instante ante tanta perfección.

Si bien estaba cansado —No que llevara horas caminando, todo culpa de la pereza. Dado su estado post-enfermizo terminal, cualquier esfuerzo era algo digno de admirar—, esos veinte minutos que llevaba entre la vegetación de la que quedó maravillado desde un inicio, se le olvidaron por completo, queriendo correr de una buena vez para zambullirse en el agua y degustar de ella por el resto de la tarde.

No dudó en hacerlo.

Orejitas tampoco.

Con la risa de Bill como fondo, ambos terminaron en el agua, jugando y riendo como no lo había hecho en mucho tiempo. Al menos Tom.


~*


Varias arruguitas comenzaban a aparecer en sus dedos: se le hacían viejitos. Era una de las sensaciones que más disfrutaba y esa tarde no podía ser la excepción. Llevaba varias horas dentro del agua, sintiendo ésta pasar por su ropa y rozar su piel para refrescarla. Había agarrado un tono rosáceo al estar varias horas bajo el sol. Nada grave, según él y Bill. Tendría un poco de molestia pero nada del cual pudiese alarmase. El tono bronceado le quedaba bien a su piel.

Bill le había llamado hacía unos minutos para que comiera mínimo un emparedado que preparó antes de salir. Así tendrían algo en el estómago. Había retrasado ese llamado queriendo quedarse para toda la vida entre esas aguas cristalinas, divertido también en hacer molestar un poco al pelinegro y arrepintiéndose al instante al verlo venir con una cara completamente seria y sentir sus manos amoldarse a su cintura para cogerlo y cargarlo sobre su hombro, como costal de papas.

—¡Bájame, idiota! —Fue ignorado a pesar de su lucha.
Bufó cuando perdió todo contacto con el agua y se dejó caer a peso muerto sobre el hombro de su captor. Derrotado.

Una vez estando fuera del agua, sentados en la arena, Bill le tendió uno de los emparedados al menor.

—¿Qué no podías esperar un rato más? ¡El agua está riquísima! Hay que aprovechar todo lo posible de ella —Se quejó Tom, haciendo un puchero y tomando el emparedado para empezar a degustar de él. En ése mismo instante se había percatado del hambre que tenía.

—¿Un rato más? Te dije que vinieras a comer hace más de media hora y hasta que no te he sacado yo, me ignorabas olímpicamente. Además, después de reposar un poco el sándwich, bien podrás meterte un rato más en el mar.

Tom no dijo nada más, únicamente dedicándose a comer.


~*


—¡No, chucho odioso, quítate de encima! —gritó Bill. Recostado y disfrutando como estaba, pronto unos pequeños kilos habían saltado en su estómago, juguetón y mojado como estaba. 
Lo atraparía y lo mataría para comerlo en la cena de ese día.

Habían terminado de comer y ahora reposaban un poco antes de meterse de nuevo al mar. No querían terminar devolviendo todo lo que habían ingerido; mucho menos contaminar el mar. El único que parecía no importarle aquello era al travieso cachorro que aún corría como loco tras algunos cangrejos y mojando sus patitas en la orilla.

Había ido a molestar a Bill, a sabiendas de que al igual que su dueño, era divertido molestarlo y hacerlo enojar, consiguiendo como siempre que terminara intentándolo atrapar en un divertido juego, al menos para Orejitas.

Tom miraba divertido aquel espectáculo. Sin duda muy cómico.

Comenzó a ver a su alrededor analizando todo. Se dio cuenta de todo lo que pasó, de cuánto había pasado desde que “conoció” a Bill y el comportamiento de éste. Si no lo encontraron —habiéndolo buscado o no— antes, ahora mucho menos.

Su vista se posó en Bill, el cual ahora reía divertido mientras perseguía al perrito escurridizo. Su mente recordó la noche anterior y lo que el pelinegro hizo por él. Su preocupación y su miedo, su tristeza y sobreprotección. Todo aquello fue real.

Ya basta de tantas esperanzas fallidas. Ya basta de tanta espera que no sabe cuándo llegaría. Estaba resignado. Ya no era tan difícil. Ya no era lo mismo. Mejor pensar en el presente, en lo que tiene y en que todo está bien, después de todo. Su vida anterior comenzaba a formar parte de su pasado. Tenía que ser pasado. Y tenía que convertirse en un hermoso recuerdo, únicamente eso. Ahora eso no existía más, ahora su vida era completamente distinta.

Ahora al único que necesitaba era a Bill.

Del único del que dependía, era de Bill.

Y es que después de todo no estaba tan mal.




Bueno, al fin Tom decidió dejar su anterior vida atrás e intentar centrarse en su loco secuestrador, que a su ver, no era malo...
¡Gracias por leer! Y de nuevo y como siempre, Gracias a Kimiko <3 

domingo, 7 de julio de 2013

Empacando Fantasías - Capítulo 24

"Calentón"



La idea era sólo tomar un poco de café, sin embargo el gruñido de ambos estómagos daban a notar que querían algo más que líquido en ellos, haciendo que las muy exigentes dotes culinarias de Bill salieran a flote para al menos llenarse con algunas tostadas y huevos que encontró arrumbados por ahí.

Puede que no fuera el desayuno más saludable pero el hambre y ansiedad se habían pasado. Aún era temprano cuando terminaron y Bill decidió irse a dormir un poco más, dado que su sueño matutino había sido interrumpido por su exigente vejiga y la pesadilla de Tom. No que se quejase —al contrario—, sólo que aún faltaban mínimo dos horas más de las necesarias para su sueño de belleza.

Confiando en que el pequeño no quemaría la casa se recostó en la mullida cama y no supo más de él en toda la tarde.

Tom aún sentía un poco de temor hacia Bill. No de la noche a la mañana le tendría confianza, tan sólo se auto-convencía que el de cabellos negros no lo mataría o descuartizaría. Aún así intentaba ser precavido pese a todo. 

Se quedó tumbado en el sofá minutos después de ver como el mayor caminaba rumbo a su habitación y se perdía al final de las escaleras. Su antebrazo cubría sus ojos y suspiraba de vez en vez. Desde pequeño usaba esa técnica la cual le enseñó su madre para mantenerse tranquilo y hasta ese momento le había servido perfectamente, se alegró que esa vez no haya sido una excepción.

Estaba absorto en sus pensamientos y sintió un par de colmillos incrustarse en sus dedos. Quitó su mano y observó arriba de su cabeza una pequeña bola de pelos intentar arrancarle algún dígito y divertirse en su, totalmente, fallido intento. Eso y sumando los pequeños gruñidos de Orejitas —nombre que le había puesto al cachorro—, le hacían reír estrepitosamente.

Volteó hasta quedar pansa abajo y siguió jugando un poco con el perro—. ¿Así que quieres jugar, uh? ¡No podrás contra mí, Orejón! —Tomó a su mascota y en un rápido movimiento le volteó para acariciar su pancita y jugar con él, molestándolo—. ¿Qué te parece si aprovechamos que el psicótico secuestrador está durmiendo y salimos un poco al jardín?
Como si el perro hubiese entendido exactamente, salió corriendo despavorido hacia el jardín, con un Tom corriendo tras él.

Para ser casi medio día el sol no se asomaba por ninguna parte, en cambio nubes grisáceas adornaban el cielo y amenazaban con provocar una tormenta de aquellas.

Tom lanzaba la pelotita de Orejitas lejos obligando a éste a ir por ella y traerla corriendo, era pequeño y como buen padre quería educar a su pequeño hijo desde temprano. Según sus pensamientos.

El tiempo se pasaba volando y ambos cansados —Tom y su hijo—, se encontraban sentados en medio del gran jardín. Una gota cayó, luego otra y otra hasta que la pequeña llovizna se hizo una verdadera lluvia. Antes de que sus finas pelusas se mojaran más de lo debido y terminara empapado, la diva Orejitas se había metido rápidamente a la casa dejando abandonado a su dueño que estaba sumergido en sus pensamientos.

Recordaba su infancia. Aquel juguete de felpa que su mamá le regaló desde pequeño o las películas que siempre, cada fin de semana, veía con ella. La extrañaba tanto. Sus comidas, incluso la música que ella escuchaba y que él tanto le reñía, moría por escucharla de nuevo sólo un poco. Pero ahora ya nada de eso vivía, aún tenía un poco de esperanza que algún día se libraría de su loco secuestrador, olvidaría lo ocurrido y viviría feliz con su madre hasta que se enamorara de una buena chica y le diera 3 nietos y un gato. Dudaba olvidar a Bill, dejar de tener miedo pero por sobre todo, salir pronto de ahí.

Una brisa cubrió el cuerpo del menor haciéndolo tiritar, fue entonces cuando se percató de lo empapado que estaba y, al parecer, desde hace mucho tiempo bajo la fuerte lluvia.

Abrazándose a sí mismo emprendió camino adentro de la casa cerrando por fin puertas y ventanas. Apenas entró lo cálido del “hogar” le recibió relajándolo al instante. Tenía frío aún y tenía que cambiarse el atuendo, quizá darse un baño rápidamente pero un pequeño cachorro interrumpió su camino poniéndose frente a él con un pequeño hueso de goma, juguete que le había regalado Bill el día de ayer.

Orejitas era para Tom como el gato de Shrek pero en perro, con aquella pelusa entre blanca y café clara cubriéndolo y sus orejas enormes casi llegando hasta el suelo —un poco exagerado aunque no para la perspectiva de Tom— y aquellos hermosos ojitos café dilatándose lo que para él era mucho, queriendo jugar con él. Nadie podría resistirse a esa bola de pelos con patas, al menos no el menor.

Riendo tomó el juguete y comenzó a lanzarlo no tan lejos haciendo que el perro fuera tras él, regresar y luchar con él intentando quitárselo. O tal vez hacer que se cayera dificultándole el paso y taparle los ojos y cabrearlo con las manos. Tom amaba hacerlo enojar.

El tiempo había pasado y sus ropas casi se secaron, aún estaban muy frías y húmedas, pero al menos ya no escurrían y él seguía jugando antes de ser atacado por estornudos. Decidió que estaba bueno de tanto juego y obligó a su hijo a dormir su siesta diaria aprovechando el clima y él subió a darse una merecida ducha, antes de que cayera enfermo.

Tardó un poco más de lo que le hubiese gustado en la bañera, no que se quedara dormido pero casi. El agua estaba para él deliciosa y se obligó a estar ahí hasta que comenzó a enfriarse al igual que su piel. Se acomodó una bata de baño y se dispuso a ir a dormir un poco. Él también se había desvelado al igual que Bill, no por su culpa, pero al fin se había tenido que desvelar, todo por culpa de sus testosteronas, o lo que fuese.

No se vistió, no más que unos bóxers y con bata de baño se arropó para dormir un poco esa tarde.


~~


Se oyó un trueno atravesar el cielo entero haciendo iluminar el cielo, aún si no fuese muy tarde. El ruido despertó a Bill quien casi se cae de la cama del susto que pegó. Nunca le gustaron las tormentas, o la lluvia, especialmente por eso, por los truenos y relámpagos.

—Mierda, siento que en cualquier momento produciré más electricidad corporal de la normal y atraeré un rayo seguro.

Calzó sus zapatos y se cubrió con un sweáter que encontró por ahí. Fue a ver a Tom. Su habitación estaba a uno metros de la suya, no tardó en llegar. Tocó un par de veces pero no recibió respuesta, se aventuró a entrar. Estaba comenzando a oscurecer y la habitación estaba un poco iluminada. Vio la cama y a un pequeño bulto en ella.

Se removía mucho y jadeaba un poco. Sonrió.

Se acercó sigilosamente con la idea de averiguar si se trataba del mismo moustro come ojos u otra cosa.

—Tommy… —Bill canturreó en voz baja, destapando a Tom y viéndole medio desnudo con sólo una bata de baño y su cabello aún húmedo, al igual que su cuerpo pero éste debido al sudor. Frunció el ceño—. ¿Tommy qué…? —Tocó su frente encontrándola hirviendo. Quizá podría freír algún tocino en él y estaría en minutos—. ¡Por la ostia, Tom, tienes fiebre!

—N-No… ahh n-no —Gemía apenas.

Bill le miró preocupado. Era obvio que no estaba excitado. Ahora tendría que hacer uso de sus casi nulos conocimientos médicos o remedio caseros. Recordó tener un botiquín en el baño, corrió por él.

No era momento de romper jarabes o medicamentos en su desesperación porque después se podía arrepentir, pero eso no impedía que buscara rápidamente algún termómetro. Encontró uno y rápidamente lo metió a la boca de Tom esperando para ver en qué grado se encontraba. Desgraciadamente al retirarlo casi se desmaya del susto al ver que tenía 39 y medio. Quizá sólo eran tres grados más altos de lo normal, sí, casi nada salvo que medio grado más y en un descuido diría «adiós Tom».

Corrió a quitar las sábanas que quedaban encima de Tom así como la bata, dejándolo sólo en interiores. Bajó rápidamente a la cocina tomando una olla y llenándola de agua fresca. Del baño un par de toallas y comenzó a poner paños húmedos en la frente del menor así como en su estómago. Mojó sus pies con alcohol —honestamente no sabía para qué servía eso, pero recordaba a su madre hacerle aquello cuando se encontraba en similares condiciones— y corrió de nuevo al baño a llenar la bañera con agua tibia. No era momento de entrar en pánico.

—Tom… Tom vamos, despierta un poco, pequeño. —El pequeño rubio casi no reaccionaba lo cual comenzaba a desesperarle. Siguió dándole pequeñas palmadas a su rostro hasta que abrió apenas los ojos.

Le miró y le temió.

—¡N-No, no me ha-hagas nada, p-por favo-or! —Una mueca de terror atravesó el rostro del menor, quien intentó retroceder si no fuese por el fuerte agarre de Bill.

Éste se sintió quebrar ante su reacción, aún así, sonrió—. Oh pequeño, no te haré nada… mira, si te tomas esto, juro dejarte en paz.

Le mostró una pastilla que encontró en su botiquín la cual era para fiebre e intentó dársela, sólo quería que la tomara.

Tom dudó—. ¿N-No me sec-cuestrarás?

—No lo haré, sólo tómate la pastilla ¿Sí? —Sonrió cuando segundos después el pequeño tomó la pastilla rápidamente antes de volver a alejarse. Aún deliraba, eso era evidente—. Me iré, descansa.

Vio al niño aliviarse inconscientemente e hizo como que abandonaba la habitación, quedándose cerca. No lo veía y él tenía que cuidarlo.

—Mamá… mami… a-ayúdame má… —Balbuceaba y se retorcía en la cama de un lado hacia el otro sudando completamente.

Bill cambiaba los paños continuamente mojándolos cada 5 minutos mínimo y Tom no parecía mejorar, al menos no a los ojos de Bill. Los minutos pasaron aún más rápido y seguía mojando la frente de menor una y otra vez y cada media hora volvía a poner el termómetro en la boca de éste. Al parecer poco a poco hacía efecto la píldora y la fiebre comenzaba a disminuir.

El más pequeño se había quedado dormido… o inconsciente. Bill no sabía distinguir pero ya no se movía como antes. Ahora estaba tranquilo, su cara se sentía menos caliente pero no lo suficiente.

Volvió a mojar los trapos y los volvió a colocar en la frente del menor. Lo dejó un momento y salió de la habitación. Bajó hasta la cocina para preparar un café. Estaba cansado, y preocupado… por no decir además aterrado. Marcaban las 12 de la noche —tan rápido— y eso se veía para largo.

Tomó una taza y vertió café para luego hacerlo con dos cucharadas de azúcar pequeñas. Bebió un sorbo y luego… se derrumbó. Comenzó a llorar.

Jamás se había presentado situación como esa, no con él de cuidador. Estaba totalmente aterrado y no sabía qué más hacer más que esperar. Podría llevarlo al hospital pero ninguno estaba realmente cerca, respiraba un poco mejor al notar a Tom un poco mejor pero eso no lo dejaba del todo tranquilo. La preocupación le hacía sentir una presión grande en el pecho que no lo dejaba respirar.

Adoraba a Tom. Era un niño que aunque como lo tratase, era extremadamente dulce y tierno. Le quería en verdad y la preocupación le hacía querer morirse. Rezaba todo aquello que no sabía porque se recuperara así hiciera lo que tuviese que hacer. Se tenía que recuperar.

Limpió sus lágrimas y terminó su café. Volvió a subir con Tom quien dormía plácidamente, supuso por el cansancio que todo aquello implicaba y continuó velando por él toda la noche, a su lado, cambiando los paños en su frente hasta que la fiebre bajó. Aún así jamás se apartó de él, ni siquiera cuando el sueño en verdad lo venció y terminó durmiendo en la misma cama, a escasos centímetros de él.


Nunca lo dejó solo.


¡Éste capítulo ya está beteado! Sí, ya he conseguido Beta por fin. *Salta gaymente*
Aprovecho para dar mi más humilde y sincero agradecimiento a la madrina de Orejitas y la que aceptó betear mis "creaciones", Kimiko.
¡Muchas gracias a ella por ésto y a ustedes por leer! 

Empacando Fantasías - Capítulo 23

"Mounstro Colecciona-ojos"



Entre sueños el calor era abrazador a tal grado de mantenerlo, supuso él, sudando. La transpiración brotaba de sus poros tal cual se sentía sofocante y comenzaba a jadear. Un sentimiento extraño se apoderó de él y las sensaciones que sentía se le hacían vagamente similares, mas no podía relacionar coherentemente al recién despertar. Su cerebro todavía estaba adormecido y se encontraba entre la conciencia y la inconsciencia, una línea intermedia que le hacía creer que la realidad aún era fantasía o que la fantasía se volvía locamente algo real y lo trastocaba aún más.

Poco a poco el sueño fue abandonando su muy caliente cuerpo y comenzó a sentir más fuerte el tacto de las sábanas bajo su piel y la tenue ventisca hacer tiritar un poco su cuerpo, sin embargo eso ya no importaba. Algo se sentía bien, como aquellas veces donde comenzaba a presentar aquellos síntomas de adolescencia o pubertad del que todos sus libros de ciencias y anatomía hablaban una y otra vez y lo llevaban a parar ya sea a media noche o durante su ducha matutina y hacer cosas de las que aún se avergonzaba un poco hablar.

Sus ojos se abrieron completamente, contemplando todo lo que su vista alcanzase a observar. Estaba solo, poca luz comenzaba a aparecer entre las ventanas y eso le dijo que todavía era temprano, aunque no tanto. Supuso las siete u ocho de la mañana. Y por último bajó la vista. Algo le impedía tener aquella visualización panorámica que tanto deseaba o que esperaba que no estuviese interrumpida por aquella pequeña protuberancia entre las sábanas.
Aquel amiguillo fiel se alzaba olímpicamente y con orgullo, cubierto de tela y aún así haciéndose notar. Bajó lentamente su brazo por los aires hasta que su mano pasó a rosar adrede aquella zona, haciéndolo jadear de pronto. Sin duda había tenido un sueño húmedo que inexplicablemente no recordaba y estaba seguro, jamás recordaría. Sin embargo había dejado graves secuelas y con tan sólo bajar un poco la vista se encontraba una prueba de ello. Lo peor es que con tan sólo un roce —provocado mágicamente por las sábanas ante cualquier mínimo movimiento— le hacían jadear sin poderlo evitar.

Estaba tan concentrado en idear algo rápidamente antes de tener que rendirse y satisfacer sus instintos naturales que no se escuchó los pasos que se dejaron venir desde afuera de su habitación ni tampoco la puerta abrirse.

—¡Pequeño, ¿Estás bien?! —Algo le sobresaltó. O más bien alguien.

Bill acababa de entrar sorpresivamente a su habitación haciéndolo casi caer de la cama del tremendo susto que le había pegado. Juraba querer matarlo, o al menos después agradecerle mentalmente si había logrado que con tremendo susto algo se bajara. Discretamente se dio cuenta de que no era así.

Definitivamente lo mataría.

—¡Me asustaste! —reclamó. Estaba un poco frustrado.

—Tú a mí también. Pasaba tranquilamente por aquí para ocupar el baño como todo mundo lo hace y cuando regreso te escucho jadear o algo por el estilo… entonces entré. ¿Estás bien, una pesadilla o algo así?

No sabía qué decir—. Um, sí, fue exactamente eso. ¿Cómo adivinaste?

—Ah sí, y qué soñaste pequeño…

—¿Podrías creer que no recuerdo? —Pasó rozando su erección, soltando un pequeño gemido que no pasó desapercibido por Bill, quien enarcó una ceja.

—¿Cómo está eso? Déjame adivinar… Un monstro de cuatro ojos quería comerte los sesos y arrancarte los ojos para tener así 6 en su cabeza y verte desangrar mejor.

—¡Sí, exactamente eso! S-Sí… —Bill sonrió victorioso y con altanería comenzó a quitarse la playera que traía puesta, dejando ver todo su torso acercándose cada vez más al pequeño que reculaba en un vago intento por evitar lo inevitable—. ¿Q-Qué haces?

—¿Sabías que a pinocho le crecía la nariz cada vez que mentía? —Tom afirmó sin despegar la vista de los ojos castaños que poco a poco le alcanzaban. Pronto sintió una presión en su miembro, lo sintió estrujarse deliciosamente haciéndole gemir—. Pues tú, mi pinocho, no te va a crecer la nariz… Te va a crecer otra cosa que justo ahora estoy tocando.

La sabana descubrió su cuerpo y sus calzoncillos fueron quitados, dejando al aire libre aquel miembro que estaba desde ya hace varios minutos erecto. La mano del moreno comenzaba a subir y a bajar lentamente mientras Tom se deshacía en jadeos sonoros. Lo estaba disfrutando.

Bill pronto invadió sus labios, besándole profundamente, con cuidado pero a la vez rudo, haciéndole perder razones. Una vez el pelinegro dejó sus labios disfrutó de la piel de su cuello y hombros, mientras que él tenía la vía libre de boca y nariz para poder suspirar y jadear conforme la mano de Bill viajaba en él.

Apretando momentáneamente, sentía presión y calidez en su pene que pronto se vio algún liquido brilloso salir de él. Se sentía cerca y podía disfrutar del pronto orgasmo que como siempre Bill le hacía llegar quisiera o no.

Dejó de sentir movimiento alguno en él. Soltó un suspiro frustrado para abrir los ojos y encontrarse con la clara escena de Bill con ojos cerrados, cuerpo sudoroso y lamiendo el largo miembro suyo, metiéndoselo a la boca y suspirando en cuanto lo tuvo dentro, con la imagen de disfrutarlo como si fuese la comida favorita o algún dulce del que le tenía muchas ganas. Probaba su sabor, apretaba deliciosamente como si quisiera sacar algún tipo de sabor en aquella carne, a veces mordía el glande o partes de su longitud. Otras metía la punta de su lengua en el pequeño orificio donde Tom no tardaba en correrse.

El pequeño rubio intentaba cerrar los ojos fuertemente y concentrarse en otra cosa para no correrse tan rápido, pero la sola idea de tener a Bill devorándole con esas ganas que siempre presentaba, verle abajo atragantándose con él y verle disfrutando tanto como él en lo que hacía le hacían empezar ver las estrellas.

Acostado como estaba, Bill comenzó a sobarse su ya duro miembro también en aquella sábana, sacándole suspiros parecidos a los de Tom. De momento los sacaba y saboreaba sus labios ante la mirada lujuriosa que le ofrecía a su pequeño que ahora mismo disfrutaba tanto como él. Varios gemidos fueron acallados por el ya chorreante pene del pequeño que recibía aquellos quejidos como una excitante vibración que le hacían perder el control.

—Ah Bill… ¡Oh sí! —sus nudillos estaban prácticamente blancos ante el esfuerzo de sus manos en las sábanas, intentando fallidamente tranquilizar aquel tremendo placer que Bill le ofrecía. Sentía sus pezones completamente erectos y el viento que se colaba y rozaba con su piel y con éstos hacía su tarea mucho más difícil.

—Oh Tommy, sabes tan jodidamente bien…

Entre minutos más o menos, Bill terminó por correrse y soltar un largo y gran gemido en el miembro del pequeño quien tampoco pudo aguantar más y en ese mismo instante terminó por correrse en la boca de Bill quien, como siempre, siguió succionándole, como queriendo exprimirle completamente, tragándose todo lo que él en ese momento le ofrecía y le excitaba aún más.

—Mmm Tommy… Esto es lo más delicioso que puedo probar. —El moreno se lamió los labios, saboreando su sabor y su esencia. El pequeño no podía quitarle la mirada—. Cada que te despiertes así, creo que te podré ayudar… Mientras tanto… ¿Vamos a tomar un poco de café?

Los repentinos cambios de su secuestrador eran abrumadores para él y se imaginaba que también para otras personas, así como se veía.

Sólo asintió y fue a limpiarse cualquier tipo de sudor o sustancia desagradable para su cuerpo. Salió y se encaminó a la cocina. Bill aún no llegaba y decidió esperarlo un poco, quizá en el salón donde su pequeño amiguito le esperaba inquieto para tener un juego matutino con él.


Pronto bajó Bill completamente cambiado y con el cabello mojado. Observándolo a lo lejos preparar el café, se dio cuenta que quizá su presencia ya comenzaba a ser algo normal para él y que… tan sólo quizá… comenzaba a acostumbrarse a ello.


OwÓ Ya le soltó el "Oh, sí" a Billo. :D 
¡Gracias por leer! :DD

Empacando Fantasías - Capítulo 22

"Nada es para siempre"



Su vista iba de aquellas malgastadas hojas del libro hacia la estufa que estaba completamente llena. Si bien era cierto que no había quemado el agua cuando intentaba cocinar —al menos no aún—, también era bien sabido que no tenía aquellas dotes culinarias que tanto desearía. No que se le quemara el estofado o los postres de los que sobrevivía cada cierto tiempo cuando su estabilidad monetaria no daba para pedir comida rápida de algún restaurant o parecido y aún así tenía que observar algún libro de recetas de la abuela Deisy y verse como un estúpido midiendo las porciones en una taza como lo decía en el libro, intentando no pasarse para que al menos resultara un tanto comestible.

Con un pequeño puñito de sal en sus manos y terminarlo de esparcirlo por la sopa que preparaba puso la tapa a la olla y terminó calculando el tiempo mientras se dignaba a ver a su chiquillo.

Ya habían pasado varios días desde que había vuelto a su casa y después de mimar al pequeño todo ese día y el anterior las cosas parecían mejorar según a su ver. Al final, Tom se daba cuenta de que sus intenciones no eran malas y le agradecía; se esforzaba tanto en hacerle ver que no le violaría o le maltrataría, que quería su bien y verle feliz que al parecer al fin comienza a convencerse y a abrirse un poco más.

De monosílabos o bisílabos en algunos casos, Bill ya podía hacer una muy pequeña pero amena charla cada que podía, preguntándole varias cosas, brindándole confianza y cariños… de todo tipo.

Bill e incluso Tom eran ya adolescentes, el primero más maduro pero con cierta tensión sexual y Tom con las hormonas alborotadas y cierta curiosidad natural que a ambos provocaba. El único problema era que el más pequeño en aquella situación obvia —estando secuestrado— era muy difícil que no temiera a cualquier arrebato del pelinegro.

Habían roces, besos tanto tiernos, pequeños, rápidos, húmedos y cargados de lujuria que desprevenían al rubio; caricias e incluso hace unos días toques un tanto subidos de tono que como siempre, terminaron gustando a Tom a la fuerza. Todo aquello haciendo sonreír a Bill quien estaba ansioso, pues Tom daba señales de querer mostrarse un poco menos sumiso… o eso esperaba.

Subió tranquilamente las escaleras y abrió la puerta de la habitación que ahora pertenecía a Tom, encontrándolo dormido con su cuerpo acaparando prácticamente toda la cama. Lentamente se acercó y le admiró detenidamente.

Sus largas pestañas adornando aquellos párpados que se veían con un tenue color rosado acompañando sus mejillas y aquellos carnositos labios que brillaban, contrastando su bronceada pero a la vez pálida piel. Era un sueño y no podía evitar suspirar al verle. Cada segundo, cada día… tampoco podía evitar sentir aquellas mariposas en el estómago cada que le veía o que a Tom se le salía una sonrisa dedicada a él. Una emoción le embargaba cada que hablaba aunque sea sólo unas cuantas palabras… y disfrutaba tanto en su compañía, no sólo sexualmente, pues nunca le había hecho suyo y sin embargo ahí estaba, un placer muy diferente a cualquier placer sexual que haya vivido.

Sólo Tom.

Tocó sus labios con los suyos propios, volviendo a saborear aquel sabor que tan loco le volvía, sintiendo al contrario removerse y abrir los ojos lentamente. Terminó por besarlo sonriendo en el proceso y al otro quedarse, como siempre, petrificado.

Con lamerle el labio inferior y morderlo un poco y separarse—. Ya está lista la comida Tom.

—Okay, hum… Gra-Gracias.

Bill sonrió—. Anda, vamos.

Bajaron tomados de las manos o más bien un Tom jalado por Bill. Un pelinegro feliz y un rubio sonrojado y enojado. Tomando en cuenta de que siempre que despertaba estaba un poco de mal humor –tan sólo un poco- también estaba el hecho primero. No sabía qué pasaba, aunque no le tomaba tanta importancia dado que desde hace varias semanas que había estado secuestrado, su mundo se vino abajo y hacía cosas que jamás se imaginó, aquí entra el sonrojo, por ejemplo. Cada acción o cada roce, después de que le tocase o cuando le acariciaba tiernamente, ahí estaba. Y eso le frustraba… Claro que también temía, era una balanza donde no sabía qué pesaba más de todo aquello.

Tom terminó sorprendido. No se asemejaba a un restaurant cinco estrellas donde los chefs fuesen unos honorables graduados con años de experiencia y sean considerados unos de los mejores de todo el país. Pero aquel aperitivo y el postre eran comestibles y ayudados de su insaciable hambre que le daba últimamente había estado bastante bien aquello. Elogió a Bill.

—¡Sí, sí, sí! —chilló con emoción. Sus brazos se alzaron los suficientes con un puño bastante cerrado y su cuerpo comenzó a moverse en forma de una victoria… Algo bastante cómico según expresaban las tenues carcajadas del pequeño Tom—. Me alegro que te gustara. Digo, es un gran logro cuando casi no cocino… pero es genial saberlo. Uhm… Tom...

El nombrado le miró con atención—. Dime.

—Eh… verás, ¿Recuerdas que salí esta mañana? —El pequeño asintió—. Pues… te traje un regalito.

—¡¿En serio?¿Qué es?!

—Espérame en la sala y pon una película, ahora mismo lo traigo.

Al terminar de escucharle asintió rápidamente mientras casi corría a la sala y obedecía a Bill, una parte de él no quería hacerlo enojar por miedo a que todo aquel amor con el que le tratara se fuera al caño y terminara por descuartizarlo, pero cierto también que actuaba normalmente y esa extraña emoción le hacía olvidarse del temor y sonreír ante su supuesta sorpresa.

Le vio acercarse después de un rato con algo en las manos. Al momento de tenerlo cerca se percató de una canasta con unas mantas dentro.

¿Una canasta? Se decepcionó un poco.

—¿Una canasta, Bill? Bueno, supongo que es bonita… ¿Gracias?

Bill soltó una risita—. Es para que la lleves cuando salgas a comprar tus verduras o frutas al mercado… ¡Es muy útil! —La mirada de incredulidad de Tom se reflejó a un kilómetro a la redonda, haciendo reír más a Bill—. ¡Tonto! Es broma, no sé ni para qué te sirva esa mierda de hecho, así que si fuese tú vería qué tiene adentro… digo, es mi opinión personal.

Un apresurado adolescente comenzó a revisar adentro de la pequeña canastita volviendo con sus ilusiones y esperanzas, sintiendo una bolita que pronto destapó, visualizando algo peludito y chiquito. Lo sacó.

—¿Un perrito? —Su sonrisa podría jurar que llegaba hasta sus orejas, se le veía feliz y muy ilusionado.

—No Tommy, es un conejo con cola diferente, vele bien, es un espécimen raro. —Se ganó una mirada fulminante—. Oh, qué poco sentido del humor tienes pequeño. —Suspiró—. Pensé que te gustaría y sería buena idea…

—Me encantó Bill, gracias.

Pronto le abrazó fuertemente con el pequeño cachorro entre ambos, que aún medio dormido comenzaba a lamer la mano en la que reposaba tranquilamente y comenzando a tomar cariño a sus nuevos dueños.

—Tommy… escúchame. —Tom le vio a los ojos, perdiéndose en ellos y escuchándolo bien por primera vez—. Yo no quiero lastimarte, tampoco quiero que me temas o huyas de mí. Quiero que seas tú, que te sientas tranquilo y cómodo.

El pequeño dejó a un lado el perrito, quien rápido se acurrucó buscando más calor—. Entiéndeme un poco… Esto me da temor y no por ti sino por la situación. Sé que no eres violento, sé que me cuidas y me proteges, que no me has hecho daño todo lo contrario: me mimas. Pero es difícil.

—Lo sé Tom, por eso te pido que confíes más en mí… Jamás te haré daño, no porque yo lo provoque o lo quiera… —Sus rostros se fueron juntando más por acción de Bill quien como siempre, dejó a Tom perplejo sin saber qué hacer, intentando controlar sus miedos y sus nervios, le miró a los ojos—. Tom jamás olvides… Nada dura para siempre.


Y le besó. Un beso lleno de sentimientos y hambre, se dejó hacer como siempre, pero algo le rondaba en la cabeza: Nada dura para siempre.


¿Querrá decir algo Bill con esto? ¡Gracias por leer!
Alguna crítica o algo así, es bien recibida y agradecida.

Empacando Fantasías - Capítulo 21

"¡Te extrañé!"


—¡¿Qué haces aquí?!

—¡Oh, hola madre, también me alegro no sabes cuánto de verte!

Con un par de respiraciones seguidas inflando ávidamente sus pulmones y luego soplar y soplar casi en la cara del único ser que tenía enfrente, aumentando la ironía de su propio hijo, logró relajarse.

—Lo lamento, bebé. Es sólo que no te esperaba, apareces de la nada. Y bueno… Jörg y yo estamos por salir de vacaciones y…

Bill sonrió—. Claro, no te preocupes, creo. No tuve tiempo de avisarte y bueno, me quedaba de paso. Y suponiendo que estarás en casa este día o menos, sólo vine a saludar ya que hace mucho no los veo.

—Un año para ser exactos, Bill. —murmuró en tono de reproche y es que vaya que extrañaba a su hijo.

—Lo sé, he estado ocupado en trabajos y la universidad. Apenas hace unos días salí de vacaciones y veré donde voy… pero te extrañaba, mamá.

Miriam cobijó a su hijo en un abrazo, emocionada por su presencia y por las palabras, ella también lo extrañaba aún más de lo que podía expresar—. Mi niño, ven aquí.

Quizá su estómago no recordase hace cuánto que no le llenaba una comida decente, algo comestible y, qué mejor, delicioso. Tanto así que quiso llorar en pleno bocado, y lo hizo.
Una preocupada Miriam y un Jörg extrañado le atiborraban de preguntas, una y otra seguida y encimada si se encontraba bien y del por qué su llanto. Lamentó el hecho de ser sensible al buen bocado y quedar con esa imagen de su madre, pero hasta ahora se daba cuenta de que extrañaba esos pequeños detalles que antes pasaba desapercibidos.

—Ya te dije mamá, es sólo que extrañaba todo esto. Ando medio sensible y… en verdad ni yo sé porqué lloré.

Miriam sonrió tiernamente, observando los delicados rasgos de su hijo que después de esos largos meses o años, que se le hicieron eternos, lo tenía al fin enfrente, aunque sea por corto tiempo, por esa tarde… estaba realmente feliz.

—Realmente te extrañé Bill, no tienes idea cuanto —vociferó amorosa, sonriendo a su único hijo al cual amaba.

—Y yo mamá, al fin de cuentas eres mi única mamá ¿No? —bromeó sacando una linda sonrisa de Miriam y de su padre Jörg—. No importa cuanto hace que no los veo, hoy es uno de mis mejores días por muy cursi que suene.

—Oh cariño, ven aquí. —Miriam le atrapó en un cálido abrazo de esos que extrañaba. Siempre una madre sería lo más importante para alguien, independientemente de los hijos o la pareja, siempre la madre está desde que una persona abre los ojos y crece poco a poco. El chico había extrañado a sus padres porque después de todo, para él eran los mejores.

—Promete jovencito que te dejarás ver no más allá de 3 meses, ya te queremos más por aquí.

—Haré lo posible papá, en verdad. No los quiero entretener más, sé que tienen planes y yo no los culpo porque sé que no avisé, pero no olviden que los quiero más que a mi vida en estos momentos.

—Jamás mi vida, nosotros también a ti.

Entre abrazos y cariños necesitados por un lapso de tiempo más para disfrutar aquel momento, llegó aquel en que el muchacho se tuvo que despedir una vez más de aquellos seres que tanto amaba, tomando muchos neceseres que Miriam le hubo enviado y asegurándose de llevar lo necesario para subsistir los próximos días. Giró la llave y pisando el acelerador se despidió de sus padres con un gesto de la mano, perdiéndolos de vista.

Tardó más de lo que quiso, tomando en cuenta que se comía incluso las uñas de los pies —irónicamente, claro está— por llegar lo más pronto posible a su pequeña casita cerca de la playa de la que tan orgulloso se sentía.

Una maniobra para la derecha y otra más para la izquierda, pisando el acelerador y deteniéndose a unos cuantos metros más allá. La puerta se abrió casi completamente y con una fuerza extrema se cerró, pero eso a Bill no le importó, pues estaba mucho más centrado en apresurarse a abrir esa puerta y ver a aquel que ahora ya le roba sus sueños y pensamientos.

Dejó las cosas que trajo entre manos botadas donde en algún momento dado las viera y acomodara y rememorándose a sí mismo que tenía cosas más que sacar del coche y corrió como un diablo hasta su habitación, volteando a ver a todos lados por si su pequeñín por ahí anduviese.

Sin percatarse de nada extraño entró a la última puerta tratando de no hacer mucho ruido, encontrándose con un pequeño niño con apenas un pijama ligero a causa del calorón sofocante, que dormía completamente absorto del mundo real, incluso se le veía tranquilo y relajado… descansado.

Una picazón se instaló por su cuerpo y el intenso cosquilleo de sentirse observado le alertó y alejó del mundo de Morfeo, abriendo los ojos poco a poco rogando a los cielos que ningún otro loco secuestrador y asesino en serie se hubiese metido a la casa de Bill y planeara hacerle todo lo que hasta el momento el moreno no se atrevió. El corazón le latía a mil y su cuello giró lo necesario para poder ver una figura delgada y medio rara verle desde un punto específico del cuarto.

Suspiró aliviado de que sea Bill. Viendo aquella sonrisa del pelinegro, seguro era por verle y es que era así. El pelinegro no podía aguantar las ganas de correr y comerlo a besos.

Le había extrañado mucho.

Apenas vio cómo aún frotándose los adormilados ojos el pequeño se sentó añadiendo un ligero “Hola”, él corrió hasta su lado, aprisionándolo entre sus brazos y tratando de transmitir su alegría a través de ese gesto.

—Hola pequeño… Te necesitaba.
Vio como la voz le temblaba al momento de haberle dicho eso, sorprendiéndolo y haciendo que automáticamente todo el poco sueño acumulado se le esfumara de una.

—Bill… —llamó con extrañeza, le veía temblar un poco, signo de que estaba aguantando el llanto.

—Tommy… Te extrañé.

Sus ojos se abrieron grandemente. Ese “Te extrañé” había sonado diferente, sincero y honesto y sin maldad. Le hizo sonreír, más cuando sintió aun más fuerte la presión de sus brazos a su cuerpo. Se había sentido solo, sin nadie con quién hablar, ni ver ni pelear, o mínimo gritarle.

—Me sentí solo —Se sinceró—. Así que yo también, creo.

Con una emoción nueva en su estómago, Bill hundió su cara en el níveo cuello del menor, aspirando su aroma y dejándose llevar por esos hermosos momentos, que al igual que el pequeño, comenzaba a disfrutar.


Sí, se habían echado mucho de menos.


;w; Tommy extrañó a Billy, ugh, qué bonito.
¡Gracias por leer! :DD